Llamó a los espectros y ellos acudieron, un portento que no podía pasar desapercibido. Tres difuntos se le presentaron en sucesión a un escritor, dictándole sus propias vidas. Al día siguiente, el escribano involuntario apenas recordaba lo sucedido, pero corroboraba que en su cuaderno estaban plasmadas las historias de esos fantasmas, surgidas de su mano pero no de su mente.

Uno de estos personajes era Branimir Bregan, un calígrafo esloveno de principios del siglo XX, un ser solitario, distante de su entorno personal y social, con poca capacidad para gestionar su pasión por la caligrafía. Otro espectro era Lucy Merck, supuesta novia de Gregorio Samsa, el protagonista de «La metamorfosis» de Kafka, quien tras la muerte de su prometido, buscaba transformarse en un insecto. «La conciencia humana debe migrar a cuerpos más resistentes o a máquinas», era su lema de vida.

Finalmente, se presentaba Chichina Ayr, una maestra de escuela nacida en 1921 y fallecida a principios de este siglo, quien convirtió su libertad sexual en la gran experiencia vital, desafiando un entorno conservador y provinciano. Entre cada una de estas apariciones, se intercalaban entradas en su diario, que contenían reflexiones literarias y microensayos sobre diversos temas como la belleza, el mal y el incesto.

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