Roberto es un hombre aparentemente común, un ciudadano más en medio de millones, llevando una vida rutinaria. Es alguien que observa y es observado dentro de la lógica y apática estructura social. Así es como la mayoría lo ve, desde afuera. Sin embargo, en su espacio privado, en la soledad de su ser, se desatan la violencia, el erotismo salvaje y la paranoia, una sutil telaraña que atrapa a los personajes.

En el trasfondo de esta historia se encuentra la soledad que nos impulsa hacia el «llamado de la selva», el aullido del lobo interior que despierta en el menor de los momentos para recordarnos que lo humano es apenas una convención social. Que en realidad, siempre estamos solos frente al espejo, cargando con una mochila llena de miedos y deseos reprimidos. Roberto representa lo que somos o lo que tememos ser.

Nos aferramos a las respuestas como mecanismos de supervivencia. Las respuestas nos sitúan en el aquí y ahora, nos hacen formar parte del grupo, de la manada. Pero luego tememos esa incógnita interior, inimaginable, ajena a toda razón metafísica: ¿Quiénes somos realmente? ¿Alfa o Beta? ¿Cazadores o víctimas? Quién sabe. O como se cuestiona Roberto: ¿Quién sabe qué nos depara la vida?

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