Arturo, un agente inmobiliario de treinta y cinco años, no tiene novia y su principal objetivo en la vida es mantener las cosas como están. Tiene pocas pasiones que intenta compartir con sus amigos del fútbol sin mucho éxito. La más importante e irrenunciable son los dulces, especialmente los que llevan ricotta. Al menos, hasta que aparece ella, Flora: la hija del dueño de la pastelería que hace los mejores «sciù» de Palermo, el dulce preferido de Arturo. Y en un instante se convierte en la mujer de sus sueños.

Flora es despierta, emprendedora y muy católica. Sobre la religión, tiene la misma meticulosidad que Arturo sobre los dulces, y es así como él logra conquistarla, interpretando a Jesús durante una Vía Crucis. Ese día es un verdadero calvario para Arturo, porque durante el recorrido se da cuenta de que ha olvidado las enseñanzas católicas más básicas y lo hace todo mal, dando lugar a una representación al límite de lo blasfemo. A pesar de eso, Flora se enamora y durante un tiempo feliz los dos están juntos, sin que ella se dé cuenta de su indiferencia religiosa y, por supuesto, sin que Arturo se lo confiese.

Es un equilibrio precario, lleno de engaños y respuestas litúrgicas murmuradas a media voz, que no puede durar. Cuando ella se da cuenta, Arturo, un poco por agotamiento y un poco por provocación, reacciona con una firmeza inusual: seguirá al pie de la letra la palabra de Dios. Durante tres semanas. Una revolución que cambiará su vida, revelando a él, pero también a Flora y a todos aquellos que los conocen, amigos y colegas incluidos, una verdad muy incómoda.

Pif debuta en la novela con una obra que nos obliga a reconsiderar las relaciones que nos unen unos a otros y el profundo significado de las palabras solidaridad, igualdad y verdad.

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