Esa noche transcurrió sin mayores inconvenientes, similar a la anterior. La gente, al acercarse al Fuerte, se mostraba más tranquila. La calma habitual se vio interrumpida por lo que le sucedió al soldado Clawer. Parece que se excedió un poco con el whisky y, de repente, comenzó a cantar a todo pulmón. Acto seguido, recibió un botellazo en la cabeza que lo dejó aturdido. Incluso el capitán, que dormía al otro lado del campamento, se despertó. El ex cantante guardó silencio el resto de la noche hasta que al amanecer, el veterinario tuvo que coserle el cuero cabelludo, que quedó destrozado. El soldado gritaba como un cerdo al ser castrado. El veterinario, con acierto, comentó: «Si los indios te hubieran atacado, no te habrían hecho peor». El muchacho repetía entre dientes: «¡Ah sí! ¡Ah, sí!», con la saliva goteando por la comisura de sus labios. Esto recordó a John a ese bandido traidor que recibió un ladrillazo en la cabeza y que probablemente seguía vagando por el desierto, si es que los buitres no se lo habían comido ya.

Además, se alteró esta tranquilidad castrense con el despertar de Gaspar. Su llegada perturbó el ambiente monacal y tradicional del cuartel.

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