En la vida, hay personas que siempre entienden que su deber es hacer y luchar por aquello que consideran correcto y que les marca su conciencia. Ese mismo sentido de responsabilidad, para aquellos que han recibido una auténtica educación en valores y principios, les impulsa a buscar y defender en todo momento y circunstancias el equilibrio que inspira y al que aspira la verdadera justicia, una justicia con mayúsculas.

Es por eso que este tipo de personas, como mi amigo Pepe Riqueni, autor de este libro, son imprescindibles, ya que no se doblegan y se mantienen firmes en su posición, en las trincheras donde el alto mando de su moral les ordena estar, incluso muchas veces sumidos en sentimientos de soledad y abandono. Entre otras cosas, esto suele ocurrir porque el merecido reconocimiento a seres tan excepcionales no les llega por parte de las generaciones contemporáneas a su tiempo, sino que en muchas ocasiones ocurre más tarde, cuando ha transcurrido suficiente tiempo para comprender su sacrificio y contrastar su mensaje, el cual se ha transformado en profecía. Como se suele decir, no se puede ser profeta en tu propia tierra.

Además, estamos ante una tarea de alto riesgo, ya que hoy en día, aquellos valientes que se atreven a decir la verdad sufren una cruel persecución.

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