La materialidad del cuerpo, la historia impregnada en la piel, los músculos y los huesos, contrasta con la abstracción poética. Siempre es posible interpretar el cuerpo como una gramática, ya sea enfermo, sano, encerrado, censurado, domesticado o aniquilado. Nuestros cuerpos, atravesados por discursos, se convierten en motivo taxonómico-poético.

La biopolítica, ya sea traumática o catártica, se debate como una necesidad somática, reafirmando la existencia y las tácticas anatómicas de control. La emergencia política, la máquina orgánica, la representación, la química y el poder se entrelazan en un debate sobre la ordenación como contra-alegoría paradójica, un microsabotaje utópico al arte eurocéntrico de gobernar los cuerpos libres.

Borgianamente, Cervantes decidía el destino. Con cada lanzada, la cara o la cruz dictaban el resultado. Una vuelta tras otra, la incertidumbre se mantenía. Al final, somos cuerpos producto del azar evolutivo, en un constante diálogo entre la poesía y la fisicalidad.

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