Una vez más, un alma soñadora se encuentra al borde del precipicio. Pero esta vez, en lugar de seguir adelante, decide parar y frenar en seco. Desde allí, otea el inmenso vacío que la persigue, contemplando la vastedad de lo desconocido.

En medio de este momento de reflexión, el alma logra conservar un instante del presente. Aunque sabe que es una fantasiosa utopía pensar en un futuro, se aferra a esta pequeña chispa de esperanza que le brinda consuelo.

De repente, un manto de sollozos rompe el silencio. Son las heridas del pasado que aún no sanan, causándole un profundo dolor. La furia se apodera de ella, alimentando su deseo de escapar de este sufrimiento que le han infringido.

Dispuesta a saltar hacia lo desconocido, el alma se prepara para dejar atrás todo lo que le ha causado dolor. Pero en ese preciso momento, la magia que siempre ha llevado consigo comienza a surgir de lo más profundo.

De repente, unos inmensos brazos cristalinos emergen, envolviendo al alma en un abrazo protector. Estos brazos le otorgan la capacidad de volar, liberándola de las cadenas que la atan al sufrimiento pasado.

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