En la primavera de 1925, Virginia Woolf confiesa que el verdadero placer reside en escribir, mientras que el acto de ser leída es solo superficial. Esta declaración resume a la perfección la lucha interna de la escritora, quien conocía la fuerza de su creatividad pero se veía abrumada por la ansiedad ante la recepción de sus obras. En ese mismo año, da a luz a su obra La Sra. Dalloway, marcando el inicio de su creciente reputación, aquello a lo que ella llamaba su ‘fama’. Este reconocimiento impulsó su creatividad y le permitió escribir de manera más libre, siguiendo su intuición.

Su impaciencia era palpable, ansiaba comenzar a plasmar en papel la obra que llevaba meses gestándose en su mente, To the Lighthouse. Sin embargo, la fama también trajo consigo una mayor demanda de sus libros, opiniones y compañía, lo que complicaba el equilibrio entre los placeres de la vida social y los de la soledad. Para los lectores actuales, gracias a la pluma de Virginia, la cotidianidad cobra belleza en cada página de sus escritos, convirtiéndola en una verdadera delicia.

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