Pocas regiones han capturado la imaginación y los sueños como Andalucía. Es posiblemente la región de Europa donde las verdades y las leyendas han dejado una huella más profunda en las mentes más destacadas. A menudo se han atribuido a toda España algunos de sus rasgos más distintivos: los patios, el flamenco, Carmen, los gitanos, las corridas de toros, la arquitectura hispano-musulmana y la ilusión de un espacio donde cristianos, judíos y musulmanes coexistieron en armonía durante la Edad Media.

Adornada con los encantos exóticos de un Oriente imaginario, esta entrañable región, al margen de Europa y casi africana, es una creación, el lado opuesto de la «leyenda negra» de España, forjada por escritores románticos franceses e ingleses. Sin embargo, esto no impidió que el nacionalcatolicismo franquista, con su rechazo a la Ilustración y al mundo moderno, mantuviera, a su manera, la misma idea del paraíso perdido. Incluso hoy en día, la nostalgia por una supuesta «Andalucía comunitarista» sigue encontrando eco.

Sin embargo, la historia real nos revela que sus límites no se remontan más allá del siglo XIX y que es difícil argumentar que Andalucía haya experimentado alguna vez la unidad. El pasado se articula en torno a tres polos: Granada, Córdoba y Sevilla (pero no Cádiz, una ciudad moderna que no se presta al exotismo…), cada uno con su propio destino único.

En cuanto a presentar la conversión/expulsión de los judíos y, posteriormente, de los moriscos como el episodio más significativo de la política andaluza, la historia nos muestra que hay otros acontecimientos y procesos que también han dejado una marca en esta región tan rica y compleja.

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