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    MEMORIAS DE LEONARDO DA VINCI

    En algún momento de 1480, Leonardo da Vinci fue encarcelado en Florencia por «pintar un Cristo niño». Se le acusó de herejía y supuestamente fue procesado por ello. Sin embargo, un año después, a principios de 1483, Leonardo abandonó Florencia y apareció en Milán. Durante ese intervalo de tiempo, se cree que se alojó en Cataluña, posiblemente en la casa de los Da Vinci de Barcelona, en el barrio de Santa María del Mar, donde su abuelo Antonio había vivido durante algún tiempo.

    El análisis de su obra sugiere que Leonardo pasó un tiempo en el monasterio de Montserrat, que sirvió como escenario para dos de sus cuadros: San Jerónimo y la Virgen de las Rocas. También se especula que en Martorell (Barcelona), pudo haber conocido a la mujer de su vida, llamada Caterina Vilar. Los documentos encontrados en Sant Andreu de la Barca, donde Caterina residía, indican que diez años después, en 1493, ella desaparece de los archivos.

    Curiosamente, o quizás significativamente, el 16 de julio de 1493, una tal Caterina llega al taller de Leonardo en Milán, a quien él emplea. En 1495, el artista florentino paga los gastos de su entierro. Es importante destacar que las Memorias de Leonardo da Vinci son una obra de ficción. Por lo tanto, me permito especular con la posibilidad de que Caterina Vilar, de la Torre del Palau en Sant Andreu de la Barca (en Martorell), fuera la «musa» de Leonardo, a quien él plasmó en sus obras.

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    LA OVEJA DE GIOTTO

    Bellosi ha sido el primero en dedicarse a reconsiderar el vínculo crucial de Giotto con Asís. La observación de una anomalía en una serie de reproducciones de San Francisco sin barba ha llevado a replantear las fechas de esas reproducciones. A esta observación se añaden otras basadas en comparaciones de estilos, modas y costumbres. Según Bellosi, todas las pruebas coinciden en fijar la fecha de elaboración de esos frescos a principios de los años noventa del siglo XIII.

    Esta conclusión revulsiva obliga a plantear desde otro punto de vista el tema de la renovación de la pintura italiana y el papel que Pietro Cavallini juega en esa renovación. Esta aportación modifica los términos del debate sobre si fue o no Giotto el autor de los frescos asisianos, un tema casi tan célebre como la cuestión homérica. Bellosi, tras una comparación sistemática de esos frescos con los de la Capilla de los Scrovegni y otras obras de Giotto, resuelve confirmando la autoría del gran pintor florentino.

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