Descubrí una pequeña lámpara niquelada todavía brillante. De repente, un torrente de recuerdos subió a mi memoria. Reviví a mi madre encendiendo esa lámpara y colocándola en el centro de la mesa durante los cortes de electricidad, que eran frecuentes durante la guerra. La llama titubeaba al principio, pero después de que se colocara el vidrio en la galería, bailaba sin interrupciones, proyectando sombras en las paredes de la habitación y dejando los rincones en penumbra.

Cada vez que la lámpara se movía, las sombras se escapaban. Era como un cambio de escenario y mi imaginación veía otro mundo habitado por criaturas extrañas. Tomé la lámpara entre mis manos y la miré como si estuviera reencontrando a un ser querido después de tantos años. Había algo sorprendente en ese contacto que no podía definir.

Desde entonces, mi lámpara no me ha abandonado. Le he encontrado cerca de mil compañeras y, con la pasión como ayuda, he confeccionado este libro que le dedico…

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