La aquarela, esa pequeña voz cubierta por la gran orquesta de la pintura, rara vez ocupa el papel principal en la historia del arte. Se le asigna más bien el rol de estudios preparatorios, trabajos de decoradores o entomólogos, entretenimiento de las jóvenes victorianas. Sin embargo… José de Los Llanos traza un camino original para esta técnica, desde el Renacimiento hasta el arte abstracto, desde Dürer el inventor hasta Kandinsky, quien utilizó la aquarela para cruzar la frontera del mundo sin objeto, de la abstracción.

Y este camino de la aquarela es muy diferente al de la pintura al óleo. No sigue la ruta real de Florencia-Roma-Venecia: la aquarela no es una técnica italiana. Es una forma de expresión de los viajeros del norte, de los alemanes, de los flamencos, y en el siglo XVII de esos franceses migrantes que fueron Poussin y Le Lorrain. En el siglo XVIII, el arte inglés revoluciona Europa a través de la aquarela, alcanzando alturas inigualables con Cozens, Girtin, Bonington y otros. Acompañando luego, pero siempre en contrapunto, las revoluciones artísticas del siglo XIX, encontramos la aquarela como el medio de los maestros del arte moderno en sus comienzos, desde Manet hasta Derain, desde Daumier hasta Klee, desde Cézanne hasta Picasso.

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